Repensando el Poder: Liderazgo Ético en América Latina

ElAvance | 20 julio 2025

Por Miyuki Kasahara

Julio 2025

Poder. Hablamos de él, lo criticamos y, a menudo, desconfiamos de quienes lo ostentan, especialmente en América Latina, donde la historia nos ha dado abundantes razones para ser escépticos. La corrupción, la desigualdad y el autoritarismo han moldeado nuestra percepción del poder, convirtiéndolo casi en sinónimo de abuso. Pero ¿es el poder en sí mismo el problema, o es cómo elegimos usarlo?

Lo cierto es que todos ejercemos el poder de alguna forma, ya sea en organizaciones sin fines de lucro, en el gobierno o en el sector privado. Sin embargo, a menudo no lo aprovechamos para generar cambios significativos. ¿Qué pasaría si, en lugar de rechazar el poder, lo redefiniéramos? ¿Qué pasaría si lo viéramos como una herramienta para el liderazgo ético en lugar de un camino hacia la dominación?

El poder como responsabilidad, no como corrupción

El primer paso para fomentar el liderazgo ético es reconocer que el poder en sí mismo es neutral. No es intrínsecamente bueno ni malo; es cómo lo usamos lo que define su impacto. Un funcionario gubernamental que implementa políticas que moldean la sociedad tiene poder. Un ejecutivo corporativo que decide cómo asignar recursos tiene poder. Un líder de una ONG que aboga por comunidades marginadas tiene poder. La pregunta no es si el poder debería existir, sino cómo garantizamos que quienes lo ejercen lo hagan con integridad y responsabilidad.

En América Latina, donde la desconfianza en las instituciones es alta, reconstruir la fe en el liderazgo requiere un cambio de mentalidad. El liderazgo ético no se trata solo de evitar la corrupción, sino de utilizar activamente la propia posición para crear sistemas más justos, impulsar a los demás y tomar decisiones que prioricen el bienestar social a largo plazo sobre el beneficio personal a corto plazo.

Redefiniendo el liderazgo: Más allá de Maquiavelo y Alinsky

Maquiavelo es famoso por aconsejar a líderes a ser estratégicos, a veces implacables, para mantener el poder. En su obra El Príncipe plantea que el fin justifica los medios para lograr consolidar el poder, separando la moral de la búsqueda del bienestar del Estado. En contraste, el libro de Reglas para radicales (Rules for Radicals) del sociólogo Saul Alinsky argumenta que el poder debe ser construido desde abajo y asumido por el pueblo para desafiar a quienes ostentan la autoridad. Si bien estos enfoques parecen diametralmente opuestos, ambos reconocen la realidad de que el poder es necesario para generar cambios.

El liderazgo ético se encuentra en la intersección de estas perspectivas. Requiere tanto pensamiento estratégico (para lograr resultados) como integridad moral (para garantizar que esas acciones contribuyan al bien común). En el caso de República Dominicana, vemos cómo el extremo Maquiavélico está muchas veces presente en los procesos gubernamentales y cómo a la vez existe una falta alarmante de la visión de Alinsky para contrarrestar las consecuencias de un pueblo que no reclama.

En la práctica, esto significa que los funcionarios gubernamentales deben equilibrar el pragmatismo político con la transparencia y el servicio al público, garantizando que las políticas reflejen compromisos éticos en lugar de agendas personales o partidistas; que los ejecutivos corporativos deben ver el poder no solo como un medio para maximizar las ganancias, sino como una herramienta para generar confianza, contribuir al desarrollo social y crear modelos de negocios sostenibles que beneficien tanto a los accionistas como a la sociedad; que las ONGs y multilaterales deben usar su influencia no solo para desafiar al sistema, sino para trabajar en colaboración con quienes ostentan el poder e impulsar un cambio sistémico y finalmente que el pueblo debe ejercer su participación activa en responsabilizar al gobierno, corporaciones y otras entidades en su rol como propulsores del bienestar colectivo.

¿Está el pueblo preparado para un nuevo paradigma del poder?

Necesitamos una nueva narrativa sobre el poder: una que reconozca sus complejidades, pero que a la vez rechace el cinismo. El liderazgo ético no se trata solo de tener buenas intenciones; se trata de aprovechar el poder de forma reflexiva, estratégica y responsable. El futuro de América Latina no depende de eliminar el poder, sino de recuperarlo del individualismo como una fuerza para la justicia, la equidad y el progreso. Pero, ¿será que las sociedades de los países de Latinoamérica y el Caribe entienden esta perspectiva o tienen otras expectativas?

Cuando apuntamos al pueblo y vemos con lupa lo que en realidad perciben como poder y sus expectativas de cómo se ejerce y se recibe, es evidente y a la vez decepcionante el ver una actitud resignada al conformismo.

Esta es tal vez la razón por la que ha resurgido un sentimiento negativo en contra de la democracia versus el autoritarismo en la región y no necesariamente se ha aperturado una conversación sobre los cambios necesarios en el liderazgo ético gubernamental en conjunto con la responsabilidad del pueblo de ser partícipe del diálogo en vez de solo esperar acciones unilaterales de parte de los líderes.

Es hora de dejar de temerle al poder y comenzar a redefinirlo. Entonces, ¿cómo podemos incentivar un replanteamiento del poder basado en el liderazgo ético y la responsabilidad desde las diferentes perspectivas? Si logramos cambiar esta mentalidad, podremos comenzar a construir un liderazgo que realmente sirva.