Los medios y el poder

ElAvance | 08 junio 2025

Carlos Pérez Tejada

Una definición sencilla y rápida de democracia tiene que ver con la descentralización del poder, es decir, una distribución que permita contrapesos efectivos entre las partes, pero que a pesar de las diferencias, el aparato político pueda seguir funcionando. Dentro de estas democracias, los medios de comunicación desempeñan un papel esencial. Son herramientas poderosas que han permitido acortar distancias y cerrar brechas informativas entre los distintos sectores de la sociedad y los individuos. Pero entonces, ¿por qué en pleno siglo XXI, cuando contamos con medios de comunicación tan avanzados, las democracias parecen tambalearse, generando divisiones colectivas globales?

Estados Unidos, considerado un referente global de democracia, atraviesa actualmente una preocupante crisis social y política. La confianza en los medios tradicionales, como la radio, la televisión y la prensa escrita, ha disminuido considerablemente en los últimos años. 

La confianza en los medios de comunicación en Estados Unidos atraviesa un momento complejo y contradictorio. Aunque tradicionalmente ha disminuido, con apenas un 31% confiando plenamente en los medios tradicionales, recientemente ha existido un leve repunte, sobre todo hacia medios locales que llegan al 72%.

La aparición y expansión de las plataformas sociales ha otorgado un enorme poder comunicacional a sus usuarios, quienes pasaron de ser simples consumidores de información a creadores activos de contenido. Sin embargo, estas mismas plataformas se han convertido en focos principales de desinformación y propagación de información falsa.

El debate mundial sobre esta problemática gira en torno a la regulación de estos nuevos medios y cómo frenar la creciente ola de desinformación que nos afecta cada vez que ingresamos a una red social. Este debate debe partir de una premisa clara e innegociable: no debe existir ni la más mínima forma de censura previa en los procesos de regulación. Desde el momento en que se coarta la libertad de expresión, se abre la puerta al totalitarismo y, potencialmente, al establecimiento de dictaduras, como advierte magistralmente Yuval Noah Harari en su reciente obra “Nexus”.

Por lo tanto, es fundamental entender que la libertad de expresión implica que ninguna información sea censurada previamente, permitiendo a todos expresarse libremente. Ahora bien, lo que suceda posteriormente debe estar claramente regulado por leyes y políticas bien definidas. Por ejemplo, cualquier acusación que se publique debería estar debidamente sustentada con pruebas; de lo contrario, entraría dentro de la difamación hasta que se demuestre lo contrario. Este marco posterior debe formar el núcleo del debate regulatorio actual.

Sin embargo, es importante cuidar que estas políticas posteriores no condicionen indirectamente la libertad previa. Aunque no exista censura previa explícita, políticas ambiguas pueden limitar sutilmente la expresión al crear incertidumbre o miedo a posibles represalias legales. Por ello, es crucial que el debate y la posterior legislación sean claros y sin ambigüedades.

Los medios de comunicación, tanto los tradicionales como los digitales, tienen el poder de sostener las democracias, pero también poseen la capacidad de socavar el orden social, generando caos y destrucción. Necesitamos un debate serio, participativo y efectivo sobre la regulación y la libertad de expresión. El problema está, y debemos de enfrentarlo; el futuro de nuestras democracias dependen de las decisiones que tomemos ahora.