La enfermedad de la abundancia

ElAvance | 18 agosto 2025

B.G.M.

Luego de la Segunda Guerra Mundial y los horrores vividos por la humanidad, los gobernantes y las mentes científicas llegaron a una meta común: erradicar el hambre. La ciencia se dedicó a este reto y lo logró, no solo aumentando el rendimiento de lo que producía la tierra en frutos y vegetales, sino también con grandes avances en la modificación genética de los alimentos, logrando que fueran más densos en calorías, de mayor tamaño y con mayor duración.

En la década de los 50 la desnutrición causaba millones de muertes, mientras que la obesidad era marginal y limitada a ciertos países ricos. Hoy la obesidad provoca casi el doble de muertes que la desnutrición. En las últimas dos generaciones el mundo ha experimentado una transición nutricional: del hambre masiva al exceso calórico.

Otro renglón en el cual hemos avanzado obteniendo conquistas legítimas hasta llegar a la saturación —es decir, resolviendo un problema y creando otro— es en el caso de los derechos. El desarrollo social del siglo XX es innegable: garantías en educación, salud, participación política y libertades básicas mejoraron la calidad de vida de la sociedad, asegurando que cada persona pudiera vivir con dignidad y sin temer abusos. El derecho a vivir sin discriminación o arbitrariedades, además de las garantías antes mencionadas, alineó los intereses del colectivo con los beneficios del individuo.

La lógica de que “si conquistando algunos derechos mejoramos la calidad de vida… entonces más derechos significan mayor calidad” fue aceptada como buena y válida sin ningún tipo de análisis. La realidad que estamos viviendo demuestra que, una vez cubiertas ciertas necesidades, la abundancia trae tantos problemas como los que resuelve. La hiperindividualización de estos derechos crea un choque entre lo necesario para la sociedad y lo deseado para cada uno de nosotros; el lenguaje pasa de “lo que nos conviene” a “yo exijo para mí”.

Este “yo exijo” está causando una fragmentación social evidente: exigencias infinitas, imposibles de satisfacer. “Derechos” como acceso a wifi gratuito, que mi mascota pueda acompañarme en cualquier espacio público, dejar de recibir correos no deseados o ver publicidad que no va de acuerdo con mis pensamientos, que las películas o series tengan diversidad racial obligatoria, o que los restaurantes estén preparados para mis restricciones alimenticias, entre otros… lejos de tener en cuenta el desarrollo social, más bien buscan satisfacer algún deseo o capricho personal.Hay que hacer un llamado: no necesitamos más derechos, no necesitamos más garantías, necesitamos entender que la prioridad es el colectivo; el individuo es el beneficiario, y las libertades personales deben garantizarse en la medida en que fortalezcan el bien común. Si no entendemos esto, ya no moriremos de hambre, pero corremos el riesgo de morir de abundancia.