Meditaciones del Papa para el Vía Crucis en el Coliseo

ElAvance | 30 marzo 2024

Tiziana Campisi, Ciudad del Vaticano. – El papa Francisco en las meditaciones del Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo desarrolló una conversación cara a cara con Cristo, compuesta de reflexiones, interrogantes, introspecciones, confesiones e invocaciones.

Una larga oración íntima que, en este Año de la Oración, preludio del Jubileo, deja hablar al corazón humano. En las catorce estaciones, los sufrimientos de Jesús camino del Gólgota, los encuentros a lo largo de la Vía Dolorosa, la mirada amorosa de María que bajo la Cruz se convirtió en Madre de todos los hombres, las mujeres capaces de gestos tiernos y valientes en los momentos más dramáticos, el Cirineo dispuesto a ofrecer su ayuda al Nazareno condenado a muerte, José de Arimatea que ofrece ese sepulcro donde Dios vencerá a la muerte, provocó un examen de conciencia que luego se convirtió en oración, con una invocación final que repitió catorce veces el nombre de Jesús.

El Papa introdujo el Vía Crucis, en el resaltó que la oración caracteriza cada uno de los días de Jesús, con matices diferentes: como conversación con Dios, "lucha y petición, ‘Aleja de mí este cáliz'", "entrega confiada y don, ‘Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya‘". Ante el miedo a la muerte y la "angustia bajo el peso de nuestros pecados", aquella oración se hizo más intensa y "la violencia del dolor" se convirtió en "ofrenda de amor" por la humanidad.

El silencio de Jesús

En la primera estación, a modo de reflexión está el silencio de Jesús ante el "falso proceso" que  condena, un silencio fecundo que "es oración, es mansedumbre, es perdón, es la vía para redimir el mal, para convertir tus sufrimientos en un don que nos ofreces", explica Francisco. Un silencio que el hombre de hoy no conoce, porque no encuentro tiempo para detenerse y permanecer con Dios y "dejar actuar su Palabra", pero que "estremece", enseñó que la oración nace "de un corazón que sabe escuchar".

La cruz con la que carga Cristo (segunda estación), en cambio, recordó experiencias que todos vivimos: penas, dolor, decepciones, heridas, fracasos, cruces que también nosotros llevamos. "Jesús, ¿cómo rezar ahí?", pregunta el Papa, dando voz a una petición común, ¿cómo hacerlo cuando uno se siente aplastado por la vida? Cristo nos invita a acercarnos a Él, si estamos cansados y oprimidos, para que nos dé descanso, pero nosotros rumiamos, rumiamos, nos hundimos en el victimismo, y entonces Él "sale a nuestro encuentro", llevando nuestras cruces a cuestas, "para quitarnos la carga".

Sin embargo, Jesús cayó (tercera estación), pero tuvo fuerzas para levantarse de nuevo; el resorte que le empujó hacia adelante fue el amor, subrayó Francisco, "porque el que ama no se queda derrumbado, sino que vuelve a empezar, el que ama no se cansa, sino que corre; el que ama vuela".

María, madre de Jesús, don para la humanidad

Después de la Eucaristía, Cristo nos regaló a "María, el último don antes de morir", escribió el Papa meditando sobre la cuarta estación.

Jesús camino del Calvario y su Madre: un encuentro que evocó cuidado, el cual nos impulsó a dirigirnos a ella, a María Madre que Dios dio a todos los hombres para poder "custodiar la gracia", "recordar el perdón y las maravillas de Dios", "saborear de nuevo las maravillas de la providencia, a llorar de gratitud".

En cambio, el Cirineo que ayudó a Jesús a llevar la cruz (quinta estación) hizo reflexionar sobre la presunción de hacerlo solo "ante los desafíos de la vida". "¡Qué difícil nos resulta pedir ayuda, ya sea por miedo a dar la impresión de que no estamos a la altura de las circunstancias, o porque siempre nos preocupamos por quedar bien y lucirnos! No es fácil confiar, y menos aún abandonarse".  "Quien rezó, enseña el Pontífice, es porque está necesitado, y tú, Jesús, estuviste acostumbrado a abandonarte en la oración. Por eso no desdeñaste la ayuda del Cirineo".

El valor de la compasión

Entre la multitud que asiste al "bárbaro espectáculo" de la ejecución del Nazareno, hay también quien emite "juicios y condenas", arrojando sobre Él "infamias y desprecios", sin conocerle "y sin conocer la verdad". "Sucede también hoy, Señor, reconoce Francisco, y ni siquiera es necesario un cortejo macabro; basta un teclado para insultar y publicar condenas".

Pero en Jerusalén, mientras "tantos gritaban y juzgaban" a Jesús, se presentó una mujer que "iba contra la corriente, sola, con la valentía de la compasión; se arriesgó por amor, encontró la manera de pasar entre los soldados sólo para brindarte el consuelo de una caricia en el rostro".

Un gesto de consuelo, el de la Verónica, (sexta estación) que pasó a la historia y que nos situó ante Cristo, "Amor no amado", que buscó "entre la multitud corazones sensibles" a su sufrimiento y a su dolor, verdaderos adoradores, en espíritu y en verdad. Pero "la cruz pesaba mucho, llevaba en sí el peso de la derrota, del fracaso, de la humillación".

Entonces Jesús cayó por segunda vez (séptima estación), en la que volvimos a vernos en Él cuando estuvo aplastado por las cosas, asediado por la vida, incomprendidos por los demás, comprimidos "en las garras de la ansiedad" y asaltados por la melancolía, pensamos que no podemos volver a levantarnos, o cuando volvemos a caer en nuestros errores y pecados, cuando nos escandalizamos de los demás y luego nos damos cuenta de que no somos diferentes.

Reconoce la grandeza de las mujeres

Jesús encontró a las mujeres de Jerusalén (octava estación) y para Francisco es la ocasión de exhortar "a reconocer la grandeza de las mujeres, las que en Pascua te fueron fieles y no te abandonaron, las que aún hoy siguen siendo descartadas, sufriendo ultrajes y violencia".

Contemplando a Cristo despojado de sus vestiduras (novena estación), la invitación del Papa fue para ver a Dios hecho hombre "en el sufrimiento", "en quien estuvo despojado de dignidad, en los cristos humillados por la prepotencia y la injusticia, por las ganancias injustas que obtuvo a costa de los demás y ante la indiferencia general".

En la cruz, pues, "mientras el dolor físico es más atroz", perdonando a los que "le están poniendo clavos en las muñecas" (décima estación), Jesús nos enseña que podemos encontrar "el valor de elegir el perdón que libera el corazón y relanza la vida".

El amor no queda sin respuesta

En el momento más oscuro y extremo Jesús gritó su abandono (11ª estación), ¿cuál es la lección que hay que atesorar? "En las tormentas de la vida: en vez de callar y aguantar, clamar, Francisco sugirió, que en la duodécima estación se detiene en el ladrón que se confía a Cristo, quien a su vez le promete el Paraíso, haciendo así de "la cruz, emblema del tormento, en icono del amor", transformando "la oscuridad en luz, la separación en comunión, el dolor en danza e incluso el sepulcro ―última estación de la vida― en punto de partida de la esperanza".

María, que en sus brazos acogió a Jesús muerto (13ª estación), al final del Vía Crucis, nos ayuda a decir sí a Dios, ella que "fuerte en la fe", cree "que el dolor, atravesado por el amor, da frutos de salvación; que el sufrimiento con Dios no tiene la última palabra". Y finalmente, José de Arimatea, custodiando el cuerpo de Jesús para darle digna sepultura (14ª estación) nos muestra que "todo don hecho a Dios recibe una recompensa mayor", "que el amor no queda sin respuesta, sino que da nuevos comienzos", que dar es recibir, "porque la vida se encuentra cuando se pierde y se posee cuando se da".

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