¿Humildad o "ganas de pertenecer"?

Max Herrera | 21 julio 2025

En una sociedad cada vez más influenciada por las apariencias, la atención de las redes sociales y el "¿qué dirán?" de la gente, se vuelve difícil trazar la línea entre la "humildad" auténtica y las “ganas de pertenecer”. Ese deseo profundo —y a veces desesperado— de encajar en ciertos círculos, parecer accesible o ganar aceptación entre las masas, puede disfrazarse fácilmente como humildad. Pero, ¿cuál es cuál?

La humildad genuina es una virtud silenciosa. No se promueve a sí misma, no busca elogios ni se acomoda para gustar. Es la capacidad de reconocer los propios logros sin necesidad de alardear, pero también de aceptar las propias limitaciones, sin tener que hacer o recibir alarde. Es hablar cuando se tiene algo que decir y callar cuando hay que escuchar, aunque sea para escuchar la "plepa" ajena.

Hoy en día se llega a escuchar mucho la frase: "Tu tienes que ser más humilde (como Fulano)"… ¿Pero qué es en realidad ser humilde? La pregunta puede parecer bastante obvia, pero muchos se sorprenderían al conocer la respuesta del "mataburros" o diccionario.

Muchos dicen: "Yo vengo de una familia muy humilde", en relación a que provienen de un estrato socioeconómico de escasos recursos, o bien, que pasaron mucha "lucha" durante alguna etapa, y si bien esto se podría catalogan como "humildad", no siempre es el caso.

Un ejemplo clásico sobre humildad —y el orgullo disfrazado de grandeza— es el encuentro entre el griego Alejandro Magno y el filósofo Diógenes. Cuando el poderoso conquistador se posó sobre este y le ofreció concederle cualquier deseo, el filósofo, que descansaba tranquilamente bajo el sol, respondió: “Apártate, que me tapas la luz”. En esa sencilla frase, Diógenes dejó en evidencia que ni el poder, ni el dinero, ni la aprobación de los poderosos impresionan a quien es realmente "libre" y desprendido. La humildad, entonces, no estaba en el rey que ofrecía, sino en el sabio que no necesitaba nada, aunque sufría de tener la boca "floja".

La humildad es una virtud que implica reconocer las propias limitaciones y debilidades, actuando con modestia y sin pretensiones de superioridad. Es saber quién eres, sin necesidad de imponerlo ni esconderlo.

Ser verdaderamente humilde no es querer gustarle a todos. Es estar en paz con uno mismo, aún si eso significa no ser parte de ciertos espacios.