Daniel Ortega y su embestida contra la ONU: ¿retórica antiimperialista o síntoma de aislamiento global?

ElAvance | 04 agosto 2025

Samuel Avila

El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, ha vuelto a sacudir la escena diplomática internacional con unas declaraciones que no han pasado desapercibidas. En un discurso pronunciado desde Managua, el mandatario centroamericano calificó a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como un ente "que no sirve para nada" y propuso abiertamente su disolución, al considerar que ha fracasado en su misión de garantizar la paz y el respeto a la soberanía de los pueblos.

Las palabras de Ortega, lejos de ser una simple exabrupto político, responden a una estrategia más amplia que mezcla retórica antiimperialista, confrontación ideológica y aislamiento progresivo del escenario multilateral. A continuación, se ofrece un análisis integral del contexto y las implicaciones de este pronunciamiento.

La ONU en la mira de Ortega: una vieja enemistad renovada

La crítica de Ortega a la ONU no es nueva. Desde su regreso al poder en 2007, tras haber gobernado en los años 80 como líder del Frente Sandinista, el mandatario ha denunciado en reiteradas ocasiones lo que considera una “instrumentalización del multilateralismo por parte de Estados Unidos y sus aliados”. Sin embargo, el llamado directo a la disolución de la ONU representa un punto de inflexión.

Desde una perspectiva geopolítica, esta declaración refleja el creciente malestar de Nicaragua ante las sanciones internacionales impuestas por la ONU y otros organismos multilaterales debido a las violaciones de derechos humanos, la represión política y la falta de elecciones libres. El discurso de Ortega se enmarca también en una corriente regional que incluye regímenes como los de Venezuela, Cuba o Rusia, donde se promueve una visión multipolar del orden global, en contraposición a lo que consideran una hegemonía occidental disfrazada de legalidad internacional.

Radiografía del gobierno de Daniel Ortega: poder absoluto y democracia ausente

El actual régimen de Ortega se caracteriza por una concentración total del poder en el Ejecutivo, el debilitamiento sistemático de los contrapesos institucionales y la persecución de opositores. Su esposa, Rosario Murillo, funge como vicepresidenta y es considerada la figura más influyente dentro del círculo de poder.

Desde las protestas de 2018 —duramente reprimidas con un saldo de más de 300 muertos y miles de exiliados— Nicaragua ha vivido un proceso acelerado de autocratización. Los partidos opositores han sido ilegalizados o neutralizados, los medios independientes clausurados, y las ONG internacionales expulsadas del país.

Según organismos como Human Rights Watch y Amnistía Internacional, el régimen de Ortega incurre en prácticas de detención arbitraria, tortura, desapariciones forzadas y represión política. En este contexto, las elecciones recientes han sido tachadas de "farsa electoral", con nula participación opositora y un aparato judicial completamente alineado al oficialismo.

El sistema político nicaragüense: ¿una democracia en coma?

Aunque en teoría Nicaragua mantiene una república presidencialista democrática, en la práctica se ha convertido en un régimen autoritario. La Constitución ha sido reformada varias veces para facilitar la reelección indefinida de Ortega, y las instituciones electorales carecen de independencia.

Desde el punto de vista del modelo democrático, el país ha transitado hacia un sistema de partido único de facto, donde el Frente Sandinista controla todos los poderes del Estado, incluidas las fuerzas armadas, la policía y los organismos de justicia. Este modelo recuerda a los regímenes del socialismo real, aunque en un contexto latinoamericano y con una economía mixta que depende cada vez más de alianzas estratégicas con China, Rusia e Irán.

¿Qué futuro le espera a Nicaragua?

El futuro político y social de Nicaragua se presenta incierto y tenso. En el plano interno, la combinación de represión, pobreza estructural y migración masiva ha debilitado el tejido social. Más de 500.000 nicaragüenses han abandonado el país en los últimos cinco años, en busca de libertad y oportunidades.

A nivel internacional, Nicaragua podría profundizar su aislamiento diplomático, sobre todo si persisten las sanciones y la presión multilateral. No obstante, Ortega parece decidido a jugar la carta de la resistencia soberana, apoyándose en alianzas estratégicas con potencias no occidentales.

Desde un enfoque ideológico, el discurso anti-ONU se articula con la narrativa del “nuevo orden mundial multipolar”, una corriente impulsada por Moscú, Pekín y otros países que promueven la decadencia del modelo liberal occidental. En este tablero, Nicaragua representa un peón ideológico, más que un actor relevante por su peso económico o militar.

Entre la retórica y la realidad

Las declaraciones de Daniel Ortega sobre la disolución de la ONU deben entenderse como parte de una estrategia de legitimación interna y confrontación internacional. Pero también reflejan la pérdida de espacios de diálogo y la consolidación de un modelo político que se aleja de los valores democráticos.

Nicaragua vive hoy una de sus etapas más oscuras desde la revolución sandinista, y su futuro dependerá en gran medida de la capacidad de la sociedad civil, la diáspora y la comunidad internacional de presionar por una transición pacífica hacia un sistema más pluralista, justo y democrático.