¿Puede un Rico entrar al Reino de los Cielos?

ElAvance | 28 octubre 2024

Por Eduardo Tremols Cruz

Hace unas semanas, el sacerdote de mi iglesia compartió una homilía que resonó profundamente en mí. Se centró en los versículos 23 al 30 de Mateo, capítulo 19, en los que Jesús nos advierte: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos.” A simple vista, este pasaje podría interpretarse como una advertencia para quienes poseen grandes riquezas materiales y se aferran a ellas. Sin embargo, el sacerdote nos invitó a profundizar en el verdadero significado de este mensaje y en lo que implica el sacrificio de entregar nuestra vida a Cristo.

A partir de esta reflexión, me cuestioné: ¿y si Jesús no se refería solo a los ricos en dinero? Quizás hablaba de todos aquellos que estamos apegados a algo, cualquier cosa que ocupe el lugar de Dios en nuestro corazón y nos aleje de Su amor. Quizás somos ricos en muchas cosas que no nos llevan al bien, pero que, sin darnos cuenta, hemos convertido en nuestro “dios”.

Vivimos en una época donde la riqueza ya no se mide únicamente en dinero. Hoy, algunos son ricos en likes en Instagram, viviendo para esa aprobación constante en redes sociales como si de ello dependiera su valor. ¿Cuántos de nosotros buscamos esa validación digital, sacrificando nuestra paz y nuestra autenticidad en el proceso? Nos volvemos tan “ricos” en aprobación social que, paradójicamente, nos hacemos pobres de espíritu, porque dejamos de estar presentes con nuestros seres queridos, obsesionados por capturar el “momento perfecto” para compartirlo con personas que ni siquiera están allí.

Otros somos ricos en poder, ya sea político, empresarial o social. Ese poder, que debería ser una herramienta para el servicio, muchas veces se convierte en un fin en sí mismo, corrompiendo nuestra integridad, volviéndonos arrogantes, e incluso deshumanizándonos. El gran Orlando Jorge Mera decía: “El poder es como una sombra que pasa”. Sin embargo, hay quienes se aferran a él con tal fuerza que olvidan la fragilidad y temporalidad de su influencia. Este poder efímero los transforma, llevándolos a perder la conexión con los valores que una vez defendieron y, a veces, incluso con sus propios seres queridos.

También podemos ser ricos en ambición desmedida, envidia, codicia, o simplemente en acumulación de bienes materiales que exhibimos en una interminable competencia por el “status symbol.” Nos obsesionamos con tener y mostrar, compitiendo con aquellos a nuestro alrededor, y transmitimos ese mismo vacío a nuestros hijos. Hoy en día, incluso en los entornos escolares, los niños están compitiendo no solo en habilidades, sino en quién tiene el “mejor cumpleaños”, el “coche más moderno”, o hasta la “lonchera más healthy” que, por supuesto, compartimos en redes para alimentar ese activo intangible en nuestro balance digital.

Jesús, con su infinita sabiduría, sabía que estas “riquezas” serían una trampa para nosotros. Por eso, su advertencia en Mateo no se limita al dinero. Él nos llama a reflexionar: ¿Qué es lo que realmente ocupa el centro de nuestra vida? ¿A qué estamos apegados de una forma que nos aleja de Él y de la vida eterna? ¿Qué “riqueza” estamos poniendo antes que a Dios?

En lugar de estas riquezas temporales y vacías, Jesús nos invita a cultivar una verdadera riqueza: una vida llena de amor, humildad y servicio. Ser “pobres de espíritu” es, en realidad, el camino hacia la verdadera plenitud, porque nos abre al reconocimiento de nuestra dependencia de Dios y de la necesidad de Su amor en nuestras vidas.

Entonces, hagamos una pausa y reflexionemos: ¿Qué riqueza nos está alejando del Reino de los Cielos? ¿Qué podemos hacer hoy para liberarnos de esos apegos y acercarnos más a la voluntad de Dios?

Que esta reflexión nos lleve a un examen profundo de nuestras vidas y a un cambio sincero. Recordemos que las riquezas materiales, sociales o de poder pueden ser efímeras y engañosas. La verdadera riqueza está en nuestra humildad, en nuestro amor al prójimo y en nuestra relación con Dios.

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