#CambiaElChip

ElAvance | 10 octubre 2025

Por Elizabeth Mena.

Dos mujeres, dos destinos: una que consigue el Nobel de la Paz peleando y otra que pierde el poder por no hacerlo

La conversación matutina con mi compadre Emilio Fernández me inspiró a escribir estas líneas.
Entre café (por lo menos yo) y titulares, hablábamos de cómo, en un mismo día, América Latina puede mostrarnos las dos caras de una moneda: una mujer reconocida con el Premio Nobel de la Paz, y otra destituida del poder.

María Corina Machado y Dina Boluarte. Dos nombres, dos destinos, dos maneras de entender el poder.

Una que peleó por la paz… y otra que la perdió por no hacerlo.

La que peleó por la paz.

María Corina Machado no esperó a que la paz llegara; la fue a buscar. Desde la resistencia, enfrentó la censura, la persecución y el miedo con la fuerza de quien no se resigna.
Su Premio Nobel no celebra la calma, sino el coraje.

Porque la paz no es pasividad: es acción, es desafío, es propósito.

Machado representa la voz de una región que entendió que el silencio no salva, y que la verdadera valentía es sostener la palabra cuando todo alrededor se derrumba.

La paz no es ausencia de conflicto, sino presencia de conciencia.

La que perdió el poder por no pelear.

Dina Boluarte, en cambio, tuvo el poder, pero no la convicción. Prometió reconciliación y terminó gobernando desde la distancia. Su caída no fue por exceso de lucha, sino por falta de ella: no peleó por la justicia, por la transparencia ni por la empatía.

Su gobierno se apagó en la inercia, en la falta de conexión con un país que pedía diálogo, no control.

Y eso también es una forma de violencia: la indiferencia frente a lo que duele.

Estas dos mujeres reflejan lo que América Latina aún no termina de entender: el liderazgo no es garantía de cambio, lo es la coherencia.

El poder no transforma por sí solo; lo que importa es lo que haces con él.

Una desafió un sistema que la oprimía. La otra se volvió parte del sistema que decía combatir.
Ambas, mujeres que han marcado historia en el poder, enseñan que el género no define la ética, pero la ética sí define el liderazgo.

Hay que pelear por la paz.

Una consiguió el Premio Nobel de la Paz peleando por ella. La otra perdió el poder por no hacerlo.

Y ahí está la lección.
Hay que pelear por la paz.
No con rabia, sino con coraje.
No con gritos, sino con verdad.
No con imposición, sino con coherencia.

Porque cambiar el chip es entender que la paz no se hereda ni se decreta: se defiende.

Y cuando una la gana y otra la pierde, lo que está en juego no son los cargos, sino el alma de un continente que todavía busca reconciliarse consigo mismo.