Diseño Gráfico Dominicano: Un Crédito Que Ha Tardado

ElAvance | 01 diciembre 2025

Gabriel López
"Cristiano, creativo, docente, atleta. En ese mismo orden."

República Dominicana se divide en 5 etapas de acuerdo a sus historiadores; cada etapa marcada por hitos socio-políticos que permiten a la nación evolucionar y cambiar sus paradigmas para la generación que los vive y las siguientes.

Desde nuestros albores de república victoriana, entrando a un nuevo siglo amarrados del tobillo a tumultos políticos que forjaron nuestro claro complejo de inferioridad y orgullo nacional, siguiendo nuestra “adolescencia” de la mano de una dictadura icónica por sus luces y sombras durante 30 años cuyo fin es marcado por sangre e intervención estadounidense (por segunda vez). Del monopolio trujillista pasamos a una industrialización estatal, donde la empresa dominicana crecía amarrada al Estado, impulsando el producto local (y una que otra importación extranjera). La empresa familiar ya hace mucho que es el estandarte de crecimiento y de progreso, donde locales y extranjeros impulsan sus productos y servicios. Y aquí entra el gran protagonista de esta historia, del cual al menos en nuestro país no se tiene una historia estructurada, curada, organizada y debidamente documentada (hasta ahora): el diseño gráfico, o para los mayores, arte publicitario. Del diseño gráfico dominicano se habla poco y se habla mal: es considerado “pendolismo” y estilo de decoración de bancas y colmados en su punto más bajo, y es el hoyo negro profesional donde “vagos, yerberos y ovejas negras alternativas” caen a parar cuando no tienen una meta clara o simplemente, se rehusan a satsifacer las ilusiones y proyecciones paternos sobre ellos, en su punto más alto.

El diseño gráfico a nivel histórico ha tenido múltiples hitos y etapas de impacto. Desde la Revolución Industrial la misión de promover, contar, señalar, atraer y persuadir utilizando elementos de comunicación básicos tales como palabras, formas, colores y fotografías ha transformado e impactado la sociedad de maneras que no podemos imaginar, hasta el punto de que el diseño gráfico es parte de nosotros como una extensión de nuestra cultura.

¿Dónde y cuándo inicia esta disciplina en nuestro país? Con la llegada de la imprenta al país en 1795, dando inicio al auge del diseño editorial y el manejo de la tipografía. El ala protectora de la prensa, desde El Duende de Núñez de Cáceres hasta hoy, siempre ha sido el principal aliado del desarrollo de las artes gráficas de nuestra nación. Desde entonces, tanto comercios como el Estado y particulares por igual han utilizado el diseño gráfico y cada medio de comunicación de acuerdo a su era para impulsar el mensaje que se desea promover.

República Dominicana es un país (aunque usted no lo crea) vírgen en la cultura de esta disciplina artística, siendo la UNPHU la que da cabida al país a nivel educativo en 1966 como un curso técnico, y UNAPEC profesionalizándola en 1999. Y creo que debemos tener gracia y paciencia: mientras Toulouse-Lautrec impactaba París, nuestro país se enfrentaba a una primera dictadura en su joven historia. Mientras Ball hipnotizaba Europa con el Dada y la Bauhaus declaraba una expresión artística sin fronteras, los dominicanos apenas limpiábamos la casa del olor “gringo” luego de años de intervención.

Es cierto que hemos recibido muchísima más influencia de la que hemos podido desarrollar, pero como el desarrollo cultural dominicano siempre ha sido empírico, de uñas sucias, popular y morboso, nuestro diseño gráfico también lo es. Los hoy vituperados talleres gráficos de la calle Meriño y otros barrios populares fueron la fuente de lo que hoy es la gran y latente industria visual dominicana. Instituciones como ITESA dieron paso a la digitalización de las artes, dando apertura a un nuevo mundo a miles de estudiantes. La apertura del mundo a través del internet y la educación internacional gracias a becas estatales o al privilegio de unos cuantos fortaleció nuestro criterio y capacidad técnica.

Y aún así, el diseño gráfico en República Dominicana sigue siendo un oficio de segunda categoría; tanto en su remuneración, prestigio como estigma social.

Siempre hay alguien que puede producir diseño gráfico “más barato y mejor”. Las marcas entienden que “tanto branding no deja ganancias”. El acceso a los software de trabajo es casi imposible sin la piratería (gracias a Dios por alternativas gratuitas como Affinity) y gracias a la IA, ahora sí es cierto que “cualquiera puede ser diseñador”.

Pero el diseñador gráfico brinda a su sociedad virtudes que no se pueden encontrar en ninguna otra persona: esa capacidad de ver donde nadie (incluso la IA) puede ver. Ese criterio educado que guía a la sociedad hacia una definición más clara de buen gusto. Esa capacidad de trascender medio y mensaje para conectar con las vidas de aquellas personas con las que interactúa. Ese expertise que define el éxito o fracaso de un producto, servicio o mensaje. La capacidad desesperada y estóica de convertirse en el conejo Bugs y solucionar problemas de manera multidisciplinaria. Ese tigueraje de aplatanar conceptos y bajarlos a una sociedad tan acostumbrada a que se les venda, que aún no se detiene a apreciar los detalles que hacen que eso que se les venda se quede en su cabeza.

Hoy los diseñadores gráficos siguen siendo los obreros y “artesanos” que trabajan tras bambalinas haciendo todo posible. Hoy, la industria prefiere celebrar, impulsar y remunerar perfiles mucho más limpios: creativos publicitarios, mercadólogos, influencers y relacionistas públicos. El diseñador gráfico es víctima tanto de estrés laboral como de las decisiones (sean buenas o malas) de directivos, coordinadores y gerentes que ven el diseño gráfico como colores y figuras que ellos también pueden replicar.

Mi profesora de tesis mencionó el primer día de su clase, allá en 2014: “el diseño gráfico puede salvar el mundo”. Por muchos años no lo veía nada más que como un medio para hacer dinero. Pero mientras reconecto con las raíces de mi profesión y empujo y batallo para promover el valor del ingenio humano por encima de las decisiones corporativas y de las garras de la personificación de Skynet, me doy cuenta que si: el diseño gráfico, siempre accesible, siempre cambiante y maleable, siempre versatil y multifacético: puede salvar el mundo y nuestra sociedad, ayudándonos a mostrar las realidades que nos rodean e impulsando un mensaje auténtico, humano y colorido a un mundo cada vez más automatizado, sobreeficiente y gris.

El diseño gráfico merece crédito.

Y de paso un reajuste salarial.