La era de la (des)información

ElAvance | 29 junio 2025

Carlos Pérez Tejada

Una de las ironías que más me sorprenden, y que también reflejan la complejidad pero también la naturaleza del ser humano, es cómo, en la era de mayor acceso a la información, estamos tan desinformados. Contamos con herramientas capaces de acceder a toda la historia de la humanidad desde nuestros bolsillos, dispositivos que caben en la palma de nuestras manos. Los equipos electrónicos, el internet, la web y las plataformas sociales han permitido borrar todas las barreras naturales que antes nos obligaban a conocer y comunicarnos solo con nuestro entorno cercano. Entonces, ¿por qué estamos tan desinformados?

De esta pregunta pueden desprenderse diversas teorías, pero creo que todo parte desde el desconocimiento propio del ser humano hasta su complejidad como especie. Siempre se ha dicho que las herramientas no hacen nada malo por sí mismas, sino que es el uso que se les da lo que define su impacto moral. Por ejemplo, un cuchillo no es un arma hasta que alguien lo utiliza para hacer daño; también puede ser simplemente una herramienta para cortar pan o un plátano.

Sin entrar en un terreno filosófico, solo puedo decir que el ser humano es complejo y que su accionar en sociedad, sus impulsos y los siete pecados capitales que el cristianismo nos dejó, han demostrado ser parte inherente de cómo actuamos entre nosotros.

Así como con el cuchillo, lo mismo ocurre con las herramientas digitales: pueden servir como puentes de comunicación entre individuos a miles de kilómetros de distancia, pero también pueden ser utilizadas como armas, y a veces, como ambas al mismo tiempo. Las redes sociales, la expansión de informaciones falsas, los ataques a la moral de las personas y la proliferación de contenido extremista son ejemplos claros de esto.

Quizás hemos sido víctimas de nuestros propios éxitos y avances. Tal como lo explica Ray Dalio en su libro “Cambiando el Orden Mundial: La subida y caída de los imperios”, los imperios pasan por etapas. Una de ellas es el cenit, el apogeo, donde se alcanza tal bienestar que las nuevas generaciones olvidan la lucha que permitió llegar hasta allí. Entonces empieza la decadencia. O, de forma más estoica, como dijo el escritor estadounidense G. Michael Hopf: “Los tiempos difíciles crean hombres fuertes, los hombres fuertes crean tiempos buenos, los tiempos buenos crean hombres débiles y los hombres débiles crean tiempos difíciles”. Esta época de bonanza, en la que la humanidad ha mejorado su calidad de vida de forma abrumadora, ha hecho que nos enfoquemos en lo lúdico, en lo entretenido, y que demos más valor a contenidos estériles.

Además, así como los siete pecados capitales viven en cada uno de nosotros, también los antivalores y los extremismos han sabido aprovechar los avances tecnológicos para expandirse desde la esfera digital. Y, como han demostrado estudios, los usuarios de plataformas sociales interactúan más y permanecen más tiempo cuando el contenido despierta sentimientos como enojo, ira o frustración.

Si se preguntan por qué empresas como Meta no hacen nada ante esta realidad, la respuesta es sencilla: su objetivo principal es mantener a los usuarios dentro de sus plataformas el mayor tiempo posible. La competencia real es por el tiempo del usuario, no por otra cosa. Como lo explica Yuval Noah Harari en su libro “Nexus”, estas compañías han entrenado algoritmos para lograr esa retención, y estos sistemas han descubierto que la manera más eficaz es a través del contenido que genera emociones negativas. Eso llevó a que los creadores de contenido adoptaran ese estilo, y que los discursos radicales, conspiranoicos, desinformadores y falsos se expandieran gracias a un algoritmo carente de juicio moral.

Obviamente, empresas como Meta han usado la analogía del cuchillo para defender su modelo: ellos no crean el contenido, solo ofrecen la plataforma. La sección 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaciones de Estados Unidos ha sido su mayor escudo. Y, hasta cierto punto, tienen razón. Sin embargo, todas las plataformas pueden y deben servir de moderadores frente a la desinformación y la expansión de noticias falsas. Las consecuencias de no hacerlo están escritas y ejemplificadas a lo largo de la última década.

La realidad es que todos los actores tienen un grado de responsabilidad. Las empresas deben mejorar su vigilancia y moderación del contenido que priorizan. Los gobiernos deben entender mejor cómo funcionan estas tecnologías y fiscalizar sin pisotear la libertad de expresión. Pero la mayor parte de la responsabilidad recae en los usuarios, quienes debemos hacer un mejor uso de las herramientas digitales, redirigir la conversación hacia soluciones reales, fomentar valores positivos y dejar a un lado los antivalores y las discusiones estériles. Los demás actores deben también incentivar este tipo de interacciones antes de que entremos de lleno en una nueva era de crisis.

Hoy más que nunca, cada uno de nosotros debe preguntarse si ¿construimos o destruimos con cada cada publicación y cada comentario? La respuesta definirá no solo nuestra era digital, sino el tipo de sociedad que dejamos a quienes vienen después.